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«La humanidad se encuentra en una encrucijada» Thomas S. Cowan en La verdad sobre el contagio

Thomas Cowan es uno de los fundadores de la Asociación de médicos por la Medicina Antroposófica en EEUU y atesora grandes conocimientos en relación con una visión no materialista de la medicina, abarcando campos como la resonancia, el agua estructurada o la dimensión electromagnética de la naturaleza orgánica entre muchas otras nociones con un impacto profundo y revolucionario en nuestro entendimiento de la salud.

En la introducción de su última obra, La verdad sobre el contagio, de la que es coautor junto con la incombustible Sally Fallon Morell, nos cuenta cómo se dio a conocer de un modo bastante accidental a cientos de miles de personas en todo el mundo en primavera de 2020, debido a un video grabado durante un congreso en Tucson, Arizona, que fue difundido haciéndose viral en internet. El germen de este libro, que podríamos considerar único en su especie por el abanico de contenidos que amalgama, surgió precisamente como una oportunidad de contextualizar y profundizar en las explicaciones y temas que se plantearon en aquella más que sugerente presentación.

Os dejamos con sus palabras...

La verdad sobre el contagio. Introducción de Thomas S. Cowan.

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Foto de perfil de Thomas Cowan en Facebook

Estoy acostumbrado a las controversias, y especialmente a las visiones divergentes en el campo de la medicina. En mi serie de tres libros más reciente denuncié varias de las creencias arraigadas que forman la base que sustenta nuestra visión de las enfermedades y su tratamiento.

En Human Heart, Cosmic Heart demostré claramente que el corazón no es una bomba y que la causa principal del infarto de miocardio no es la obstrucción arterial.

Después, en Vaccines, Autoimmunity, and the Changing Nature of Childhood Illness expuse mi teoría de que las enfermedades agudas no las provocan infecciones causadas por agentes externos, sino que constituyen una depuración del gel acuoso celular. De acuerdo con esta visión, cualquier intervención —especialmente la vacunación— que interfiera con el impulso del cuerpo de limpiarse sin duda causará daños incalculables, y estos se apreciarán claramente al aumentar vertiginosamente el número de personas que sufren enfermedades crónicas.

En el que pensé que sería el tercero y último de mis libros, Cancer and the New Biology of Water explico por qué la “guerra contra el cáncer” es un completo fracaso y sostengo que el enfoque moderno, consistente en combatir el cáncer con quimioterapia, es inútil, y que debe surgir una manera totalmente nueva de abordar este problema. Sugerí que esta nueva forma de abordar la medicina y la biología implica que la pregunta acerca de “la verdadera causa de las enfermedades” debe prevalecer en nuestra mente.

Pensé que ya no hacía falta que escribiera más libros controvertidos (al menos sobre medicina) y que podía dedicar mi atención a completar mi carrera como médico en ejercicio; pasar más tiempo en el jardín; y crear un espacio sanador para mí mismo, mis amigos y mi familia. Sabía que continuaría dando entrevistas de forma ocasional y quizás alguna formación u orientación por internet. También tenía claro que seguiría hablando sobre la naturaleza del agua y el aumento de la contaminación de la tierra; pero también tenía la esperanza de que el interés por mi trabajo menguaría y que mis conclusiones pasarían a formar parte de la conciencia general, de una nueva forma de pensar que cambiaría nuestra visión de las enfermedades y volvería a humanizar la práctica de la medicina. Si bien es cierto que ya desde hacía años me asaltaba el pensamiento acuciante de que tenía que indagar en el asunto del VIH/sida, me había dado por satisfecho con dejarlo estar; era más bien una inquietud ocasional.

No hace mucho comí con un médico homeópata, y estuvimos bromeando sobre nuestras respectivas largas carreras en medicina y sobre los grandes cambios que se han producido a lo largo de los años. Por alguna razón, acabamos hablando de inmunología, y nos preguntamos el uno al otro qué recordábamos de lo que habíamos aprendido en la universidad sobre esta materia, cuando estudiábamos a principios de los años 80. Entre bromas, concluimos que lo único que recordábamos era que nos habían enseñado que para saber si un paciente tenía inmunidad contra una determinada enfermedad vírica, se podía medir la cantidad de anticuerpos. Si había muchos anticuerpos, esto significaba que el paciente era inmune.

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La rueda de prensa en que Margaret Heckler y Robert Gallo anunciaron el descubrimiento del VIH como causa del sida (1984)

De la misma manera que la gente recuerda durante el resto de su vida el momento en que anunciaron que le habían disparado al presidente John F. Kennedy, o la caída de las torres gemelas el 11 de septiembre, yo recuerdo vívidamente escuchar a Robert Gallo anunciar en 1984 que habían descubierto la causa del sida. Dijo que lo provocaba un virus llamado VIH, y la razón por la que sabían que causaba el sida es que habían visto que algunos de los pacientes con esta enfermedad (no todos) tenían una concentración de anticuerpos elevada. Recuerdo volverme hacia uno de mis compañeros de estudios de aquel momento y decir: “Oye, ¿quién ha cambiado las reglas?”. Dicho de otra manera, después de pasar los cuatro años anteriores aprendiendo que las personas que tienen anticuerpos contra un virus eran inmunes a dicho virus concreto, ¡ahora nos estaban diciendo —sin añadir explicación alguna— que la presencia de anticuerpos significaba que el virus estaba causando la enfermedad!

No me lo creí entonces y no me lo creo ahora. Llevo más de 35 años leyendo innumerables artículos, libros, estudios y documentos sobre la ausencia de una conexión entre el VIH y el sida. Naturalmente, esto me llevó a investigar sobre la relación de los “virus” con otras enfermedades, y lo que descubrí me pareció cuando menos alarmante. Estos son los antecedentes de mi ahora famoso vídeo de diez minutos sobre la causa de la “pandemia” del coronavirus.

Aunque ya sabía desde hacía muchos años que el «emperador virus» está desnudo, albergaba la esperanza de que otros aceptaran el reto de transmitir esta información al público general, cuando un vídeo de diez minutos de duración me situó en el punto de mira. Fue así como ocurrió: a principios de 2020 recibí una invitación para hablar en un congreso sobre salud en Arizona (EE. UU.). No sabía casi nada sobre el grupo que me había invitado, pero me facilitaron un billete de avión de primera clase, por lo que acepté. No sabía sobre qué tema querían que hablara, pero como nunca utilizo diapositivas ni notas, pensé en improvisar como de costumbre. Curiosamente, durante las semanas anteriores al evento, mi mujer me preguntó varias veces a dónde iba, cuál era el público y sobre qué hablaría. Yo me limitaba a encogerme de hombros y responder que parecían gente amable y honrada.

Unas pocas semanas antes, todo el asunto del “coronavirus” empezó a predominar en las noticias. Al principio no hice mucho caso de ello, pensando que no se trataba de más que otra de la larga lista de alarmas relacionadas con virus, como ocurrió con el SARS, el MERS, la gripe aviar, el Ébola, la gripe porcina y el Zika, todas ellas enfermedades que iban a acabar con la humanidad, pero que terminaron por caer en el olvido.

Pero con el “coronavirus”, la situación comenzó a cobrar intensidad, especialmente por las repentinas y draconianas reacciones de las autoridades. Aún así no pensé mucho en ello, aunque sí me pregunté si la enfermedad podía ser una de las primeras consecuencias de la planificada puesta en marcha del 5G, o quizás una forma de distraer la atención de la activación de la tecnología. Pensé en saltarme el congreso de Arizona, más que nada porque temía tener que pasar una cuarentena allí y no poder volver a casa, pero decidí que no era para tanto y que podía cumplir mi compromiso y dar la conferencia.

Cuando llegué al congreso, descubrí que solo habían asistido entre 20 y 30 personas, y que los otros tres conferenciantes habían cancelado sus intervenciones o decidido dar sus charlas a través de Skype o Zoom. En cuanto a mí, daría una charla cada día del congreso, que tenía una duración de dos días. El primer día hablé sobre las enfermedades agudas y las vacunas (mi discurso habitual sobre este tema), mientras que el segundo día me centré en las enfermedades del corazón.

Por la noche, se empezó a oír hablar más de cuarentenas y aviones parados. Debido a la escasa asistencia, pasé parte de esa primera noche en internet, tratando de averiguar si podía tomar un vuelo anterior y no dar la segunda conferencia. Me desperté muchas veces, preocupado porque no sabía si tomar el vuelo de las 7:00 en vez del que tenía previsto tomar a las 13:00. Decidí que no era para tanto y que mientras estuviera allí daría mi charla sobre el corazón y quizás la terminaría con algunos comentarios sobre los “virus” y la situación actual.

Decir que no sabía que me estaban grabando no correspondería a la verdad, ya que obviamente llevaba enganchado un micrófono y al fondo de la sala un hombre parecía ocupado en registrar la charla en vídeo, al menos parte del tiempo; sin embargo, en mi cabeza, yo claramente me estaba dirigiendo al grupo de 20-30 asistentes. Al final de la charla improvisé algunas observaciones sobre por qué los virus no causan enfermedades, y tras decir lo que tenía que decir, me marché al aeropuerto. Fui uno de los poco más o menos de diez pasajeros en el avión, y conseguí llegar a casa sin contratiempos, muy contento de estar de vuelta.

Unos días después, recibí un correo electrónico de Josh Coleman, el hombre que había grabado el vídeo. Decía que había colgado mis observaciones sobre los virus en algún sitio en internet y que estaban recibiendo mucha atención. Pensé que podía ser interesante, pero poco más. El resto, como se diría, es historia. No tengo ni idea del alcance de la difusión de dicho vídeo de diez minutos o de cuántas personas lo han visto, aunque según Josh tiene más de un millón de reproducciones; solo sabía que tenía que hablar más sobre el tema, aunque solo fuera para aclarar lo que había dicho durante el congreso.

Los diez minutos que hicieron célebre a Cowan en marzo de 2020

Se interesaron por mis comentarios personas de todo el mundo, y de la noche a la mañana me convertí en un referente de una visión alternativa de los virus, de la teoría microbiana, de la situación sanitaria actual y mucho más. Como consecuencia, participé en algunas entrevistas en pódcast, incluida una de Sayer Ji en GreenMedInfo.com, y grabé mis propios seminarios en línea.

Por supuesto, recibí críticas e incluso algunas amenazas inquietantes, pero también me han apoyado de maneras que nunca podría haber imaginado. No tenía intención de hacer daño a nadie. Soy un solo hombre con una determinada perspectiva, que espero que al menos en parte sea acertada; y si en otros aspectos es incorrecta, solo les pido a mis lectores que entiendan que cualquier error que pueda cometer forma parte del proceso de búsqueda de la verdad en el que me encuentro y tiene que ver con mi capacidad de comprender la situación.

Hay dos razones que me motivan a seguir adelante: en primer lugar, para hacer posible que vivamos en un mundo donde cualquiera pueda expresar libremente lo que piensa y siente, sin miedo a recriminaciones o abusos. ¿Qué puede tener de malo organizar un debate abierto y honesto sobre la naturaleza y la causa de los problemas de salud y las enfermedades? Se trata de una cuestión compleja, y no hay una sola persona o grupo que tenga todas las respuestas. Pero ¿no es eso de lo que se supone que se ocupa la ciencia verdadera, a diferencia del cientificismo?

En segundo lugar, me preocupa que si mi visión de la situación actual tiene siquiera algo de verdad —y en estas páginas pretendemos sentar de forma clara y convincente las bases que justifican esta visión—, la humanidad se encuentra ahora mismo en una encrucijada. Las consecuencias para todos los seres vivos de la Tierra serán profundas, incluso inimaginables, si no logramos escuchar los mensajes que se derivan de la situación actual. En mi opinión, si no conseguimos entender las verdaderas causas de la “pandemia del coronavirus”, se dará paso a una situación de la que no habrá vuelta atrás. Eso es lo que me impulsa a escribir este libro.

Tengo el placer de escribirlo junto con mi también inconformista compañera Sally Fallon Morell. Sally y yo hemos sido amigos, colaboradores (este es nuestro tercer libro juntos) y (me atrevería a decir) compañeros espirituales desde hace más de veinte años. Con una pequeña contribución de mi parte, Sally fundó en 1999 la Weston A. Price Foundation, quizás el mejor recurso disponible para traer verdad en materia de alimentación, medicina y agricultura a un mundo muy necesitado de dicha verdad.

Deseo sinceramente que este sea el último libro en el que Sally y yo trabajemos juntos. Hemos disfrutado la colaboración, pero espero que la actual “pandemia” que estamos viviendo dé lugar a que se produzca un completo vuelco en la historia de la humanidad. También tengo la esperanza de que lo que ha ocurrido dé lugar a que encontremos una nueva manera de vivir, en un mundo libre de alimentos y agua envenenados y de la falsa y tóxica teoría microbiana.

En un mundo como ese no habría razón para que Sally y yo siguiéramos escribiendo libros, ya que la gente sabría cómo vivir; sabrían que solo un loco podría pensar en envenenar los alimentos, el agua, el aire y la envoltura eléctrica de la Tierra. Ambos estamos deseando que llegue el día en que podamos olvidarnos de prevenir a la gente contra unos u otros peligros y pasar más tiempo cultivando y cocinando alimentos y compartiéndolos con gozo y entre risas con nuestras familias, amigos y vecinos. No más libros; después de este, queridos amigos, sabréis todo lo que hace falta.

Preparaos, compañeros, porque vamos a emprender el viaje de nuestra vida.

Dr. Thomas S. Cowan

Julio de 2020

Portada La verdad sobre el contagio



Imagen destacada: Foto de Ryutaro Tsukata en pexels

Publicado en: Reseña

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